viernes, 28 de diciembre de 2007

Amigo


“Admiro la capacidad, como decía Nietzsche, de permitirte estar deprimida.” Eso me dijo Beno… No entiendo cómo puede admirar mi rasgo más detestable. En estos momentos, yo digo, después de la desaparición de Fer, el único verdadero amigo que me queda es Beno.

Recuerdo como nos conocimos; ese día aburrido, me disponía a realizar un paseo por la placita que está cerca de la estación “San Isidro R”, ahí por donde todos los sábados se instala una feria hippie no muy diferente a las que se ven en capital. Antes de salir de casa, a unas cuadras de Av. Boedo y San Juan, el teléfono empezó a sonar con remarcada vehemencia; era Fer que quería que le buscara unas biografías por internet. Qué remedio, es mi amigo (pensé), y la bondad, o el altruismo en su defecto, era más fuerte que yo, mucho más fuerte.

Navegando por las redes virtuales, entré para pasar el rato a nuestro grupo (es aquel que tenemos con nuestros amigos, donde podemos escribir comentarios tontos, sobre nada, y respondernos, todos los días de la semana en los que no nos vemos), y vi unos mensajes de contenido político y existencial bastante soberbio… firmaba un tal Beno, “Y este, ¿quién es?” me preguntaba… y bastó leer que menospreciaba las ideas de los chicos, mis amigos, para explotar. Escribí insultos y amenazas, no dignos de una persona coherente, como me prefiero llamar. Decepcioné a unos, y otros, solo atinaron a reírse y enorgullecerse de que los defendiera. Yo sabía en ese entonces que si encontraba a ese Beno, lo iba a poner en su lugar sin falta.

Llegó la fiesta de cumpleaños de Gonza, y ese día apareció en escena el excéntrico y conservador Beno, (al menos yo lo vi así, esa es la impresión que me dio)… Me resultó incómodo, los chicos estaban ahí, y yo había proferido las amenazas más ridículas… incómodo, no hay otra palabra…

Con el tiempo, consiguió contactarse conmigo y empezamos a intercambiar ideas, y a divertirnos por teléfono. Nos prometimos juntarnos a escuchar Yes, y entre muchas palabras llegó el día; era incómodo (nuevamente incómodo), él, un extraño, mi situación confusa, el rechazo a cualquier tipo de sufrimiento.

Pasaron cosas de adolescente, juegos estúpidos y sin sentido; pero nunca el tiempo volvió a dos tontos histéricos, tan sinceros amigos.

Me di cuenta, después de poco más de un mes, que no podía odiarlo por ser chico, por tener miedo, por ser hombre, y sobre todo humano… entonces es cuando le ofrecí una mano, no sé si incondicional, pero la aceptó. Vi en él lo que los chicos no pudieron ver.

Yo sé que estamos en una etapa complicada, tal vez yo ya haya pasado ese momento de la vida, quien sabe… pero a veces una no se siente sola, a veces ser contradicha, dejar que una idea diferente nos cambie la perspectiva, es el mejor regalo, y/o la muestra de amor más visible, que se pueda recibir de un amigo. Tal vez jamás hubiésemos sido una pareja, y poco o nada me importa. Si esto es lo que la vida me deja cuando un amigo levanta el tubo, solo para decirte cosas estúpidas, sin sentido (pero que son las cosas estúpidas que se necesitan para alivianar la carga mundana), entonces prefiero que eso me den los días.

No la angustia de esperar y ser lastimada por una incertidumbre perforante, y la indiferencia al esfuerzo diario…

Los amigos van y vienen, pero creo que aunque no estén, los que te dejan algo, los que aportan a la formación del “espíritu”, son los que en definitiva uno llama amigos.

Me permito estar deprimida Beno, yo Valeria, yo mujer, yo humana, porque tal vez sepa que esa depresión no es más que un recurso poético para llenarse de dulzura la vida; la dulzura de las cosas que los amigos dicen o hacen.

Esos inventos (esos momentos de elocuencia y saciedad, calidez), nos marcan, sí, si bien frívolo y recurrente, es un tatuaje neuronal eterno (al menos hasta nuestra desaparición física), las marcas de las cosas que nos quedan incluso después de que unos estén y otros no.

La amistad, es un lenguaje

Un tatuaje

Wah!

A mi gran amigo y confidente

Por estar siempre ahí

jueves, 27 de diciembre de 2007

Decíle al mundo que cambie el sentido,

que encuentre en el cruce de dos

avenidas un nuevo augurio

o cielo

que se olvide del sol, del asfalto

y las dagas

clavadas en la terminación

contigua del omóplato mundano.

Decíle a Zeus que destruya

lo del otro con ira,

que deambulen los fantasmas

del no ser

en ser uno mismo y culpable

de la tierra.

Que se asome por la ventana

la inflamación sangrienta...

¡Qué dolor las aves!

¡Qué violencia superlativa!

Del planeta, ay , ay, ay

Decíle a Thanatos

que nos lleve

si nos llevara

no a la inducción necrofílica

de las esporas danzantes.

Que mate sin piedad

pero en la temporalidad mediante

de las uvas morbosas.

Decíle a los que cortan el hilo,

que oxiden sus ansias y devuelvan al

camino su silencio.

Que los metales pudran la carne

hedionda

y que resurjan de la tierra

los sinfines.

A él decíle, a vos, a mí

y a todos nosotros,

que en este rêndez vous

de espectros diurnos,

amparamos el destino de lo frágil y severo,

que no es fácil

pero una vez que vuelan los

dedos al cenicero

sólo se forman dos palabras,

que tienen que ver con decir

que dicen Athena Y Adrastea

a la constelación más ilustre

del cosmos subversivo,

que le diga, humanos,

humanos tontos,

¿Por qué dicen "te quiero"?



उमी


miércoles, 26 de diciembre de 2007

“El bolso y el espejo”

Últimamente me viene a la mente el recuerdo de un momento, un tanto irreal e irritante, que viví hace dos años en el café “Petit”, en Viamonte y Montevideo. Ahora sólo me importa encontrar rastro de lo que quede de ese tiempo, pero me cuesta coordinar mis pensamientos; desde que comencé con lo que mi psiquiatra llama “aplacamiento de los pensamientos obsesivos”, claro, llámelo compulsiones, o actitud de locos. Yo aseguro que contar las baldosas y revisar la llave de gas al menos cinco veces, no es tan angustiante como la idea de haberse quedado una atrapada en un espejo.

Allá por el 2002, empezaba una vida adulta, con la facultad, el trabajo, y esas cosas. Tenía un café predilecto al que iba a chusmear las agujas de un reloj muy particular que colgaba de la pared con una inclinación graciosa, incluso macabra, arriba de un espejo cuyo lado superior izquierdo estaba rasgado. Podía pasar diez minutos sin advertir que Martín, el mozo que trabajaba a la tarde, me observaba mientras le hacía muecas a sus compañeros. Me gustaba el capuchino de ahí, tenía esa perfecta combinación de nesquik con café suave que me hacía querer tomar otro, y otro. Después de leer un par de reportes, y organizar algunas clases, le daba a mi reloj una última mirada a modo se saludo.

Los fines de semana el café abría solo por la mañana, servían un desayuno especial que incluía algunas delicias europeas bastante trilladas (Por eso no iba). Pero ese domingo a la tarde, me tuvo el cielo parada bajo el toldo de una peluquería a media cuadra del café. Inusualmente vi a Martín asomarse por la puerta, como mirando al cielo para pedirle tregua. Me imaginé entonces que tenían nuevo horario, o que sé yo, cualquier cosa era mejor que la intemperie o el toldo mugriento ese.

Me senté como siempre, pero lo que cambió entonces fue el aire. No miré el reloj ni el espejo. Ni siquiera había pensado en ellos. Después de tomar mi clásico capuchino, el cielo empezó a ponerse realmente negro. Sonaron truenos, y las gotas gigantescas de lluvia golpeando en los autos y techos. Martín me decía algunas cosas relacionadas a la lluvia pero no estaba prestándole atención; algo me mantenía inquieta, impaciente…no había notado que el café estaba vacío, tampoco sabía quien podía estar en la cocina, o si había, efectivamente, alguien. Con un relámpago atemorizante se apagaron las luces de todo lo que se veía en la cuadra. Sonó un trueno monstruoso y la luz volvió. Quise mirar la hora, pero no eso lo que vi, lo que vi en ese momento hace que ahora vuelvan a temblar mis manos…

Parada frente al espejo, mirando perpleja hacia mí, estaba yo. Tenía la mirada triste y solitaria, el peso del mundo en los hombros y la figura completamente desalineada. Cerré los ojos y volví a abrirlos, ella/yo estaba ahí, sacando unas carilinas de su/mi bolso haraposo y desteñido. Me acerqué, -vos sos un sueño, o una alucinación-

-Yo me morí hace dos años, en un café en el centro, ahora el tiempo me castiga y deambulo encontrándome feliz y normal, Lena.-

-No, yo soy relativamente normal, y esporádicamente feliz… tu muerte es espacio-temporalmente imposible, y yo… me estoy volviendo loca.-

Martín se me acercó con miedo y preguntó: -¿Tenés una hermana gemela Lena?- Claro que respondí que no tenía ninguna hermana, y que no sabía de donde había salido esa persona extraña. (¿De dónde había salido yo?)

Por mas que intentase buscar una respuesta, Lena/yo ya no hablaba; a medida que los minutos avanzaban, su presencia empezaba a desvanecerse, y sus ojos derramaban lágrimas que jamás había visto. En su expresión entendí que realmente perdía la vida.

-¡Martín! ¿Viste eso? ¿Qué pasó? Decíme si entendés.-

-Lena, para mí tenemos que hacer como que hoy no vimos nada.

Traté de hacer como que no vi nada; hasta que no pude soportar la agonía de la incertidumbre, busqué muchas veces a Martín, nadie sabe que pasó con él ni porque se fue de “Petit”. Un día, simplemente dejó de existir.

Ya no sé como volver a verme, cuando voy al café y miro al espejo, trato de encontrarme llena de vida, pero en instantes espectrales solo encuentro el reflejo del bolso haraposo y desteñido, dejado en el olvido de una silla vacía del café…