viernes, 7 de noviembre de 2008

14 de febrero de

A poco de morir, he decidido escribirle a mi diario las últimas palabras que me quedan. Recientemente le he prestado atención a las cosas pequeñas que me rodean y que solían pasar desapercibidas; por primera vez escuché cantar un zorzal por la mañana, escuché a los grillos arropándome antes de quedarme dormida en el regazo del insostenible (o inevitable) paso del tiempo. He escuchado con más atención la risa de Fabio, y los berrinches de Carolina hasta han comenzado a serme simpáticos.
No concilio el sueño estas noches en las que el pálido de ella tan firme y sola en el cielo me mira con pena, porque me voy y no puede hacer nada al respecto.
Los sermones de Elsa me han llegado a causar gracia (Al punto de reírme), y Edgardo dejó de ser un cerdo pedófilo y reventado (bueno, al menos tiene algún rasgo, por pequeño, de cordura en su gorda y miserable existencia).
Ahora que veo pasar al churrero los domingos comienzo a preguntarme como habría sabido en mi boca el dulce de leche cuatro, seis, o diez años atrás.
El agua fluye en el arroyo del centro, así como fluyen en mí las tantas emociones que hasta ahora desconocía. Me levanto entonces, y camino hacia el puentecito verde que cruza a la calle donde solía jugar a la rayuela con mis primos; y me crecen unas alas como de pegaso, y vuelo...Sobre volando todo lo que conocía, lo que conozco, me doy cuenta de que me faltaba olvidar la soberbia. Desde allá (acá) contemplar a Elsa haciendo las compras, me recuerda que nunca, en estas alas tersas, va a llorar desconsolada una adolescente con el corazón roto.
y mis profesores de la secundaria van a seguir desfilando en un banquete delicioso de recuerdos, mientras me quedo acá volando, cada vez más lejos de esa mancha gris que podría ser mi casa.
Frente a mí ahora (y siempre) veo un espacio vacío que va consumiendo todo lo que está, todo lo que estaba, o ha estado en mis recuerdos; la vacuidad ruge ferozmente y pierdo pedazos de mi memoria, quedan como escombros en un lugar que no es lugar, donde no puedo materializarme o pensar porque no existo, y porque ese mismo lugar no-lugar no existe.
No me veo, no veo las alas; una luz tenue, muy frágil se acerca, ¿Dónde está el tiempo? ¿Yo manejo un lenguaje audiovisual y no puedo verme? La luz se acerca a lo que puedo percibir, pese a la imposibilidad de hacerme carne entre la inmaterialidad de la nada, y entonces una luz me envuelve y puedo verme: Otra vez soy humana, y pierdo la alas, caigo suavemente al suelo y cruzo el puentecito que lleva al lugar en el que jugábamos a la rayuela con mis primos; a través de la vereda diviso el techo gris de mi casa, y en una habitación de colores cálidos yazco yo emblanquecida por las horas de haber perdido el calor físico...
Ahora sí entiendo el por qué de mi inmateralización.