Allá por el 2002, empezaba una vida adulta, con la facultad, el trabajo, y esas cosas. Tenía un café predilecto al que iba a chusmear las agujas de un reloj muy particular que colgaba de la pared con una inclinación graciosa, incluso macabra, arriba de un espejo cuyo lado superior izquierdo estaba rasgado. Podía pasar diez minutos sin advertir que Martín, el mozo que trabajaba a la tarde, me observaba mientras le hacía muecas a sus compañeros. Me gustaba el capuchino de ahí, tenía esa perfecta combinación de nesquik con café suave que me hacía querer tomar otro, y otro. Después de leer un par de reportes, y organizar algunas clases, le daba a mi reloj una última mirada a modo se saludo.
Los fines de semana el café abría solo por la mañana, servían un desayuno especial que incluía algunas delicias europeas bastante trilladas (Por eso no iba). Pero ese domingo a la tarde, me tuvo el cielo parada bajo el toldo de una peluquería a media cuadra del café. Inusualmente vi a Martín asomarse por la puerta, como mirando al cielo para pedirle tregua. Me imaginé entonces que tenían nuevo horario, o que sé yo, cualquier cosa era mejor que la intemperie o el toldo mugriento ese.
Me senté como siempre, pero lo que cambió entonces fue el aire. No miré el reloj ni el espejo. Ni siquiera había pensado en ellos. Después de tomar mi clásico capuchino, el cielo empezó a ponerse realmente negro. Sonaron truenos, y las gotas gigantescas de lluvia golpeando en los autos y techos. Martín me decía algunas cosas relacionadas a la lluvia pero no estaba prestándole atención; algo me mantenía inquieta, impaciente…no había notado que el café estaba vacío, tampoco sabía quien podía estar en la cocina, o si había, efectivamente, alguien. Con un relámpago atemorizante se apagaron las luces de todo lo que se veía en la cuadra. Sonó un trueno monstruoso y la luz volvió. Quise mirar la hora, pero no eso lo que vi, lo que vi en ese momento hace que ahora vuelvan a temblar mis manos…
Parada frente al espejo, mirando perpleja hacia mí, estaba yo. Tenía la mirada triste y solitaria, el peso del mundo en los hombros y la figura completamente desalineada. Cerré los ojos y volví a abrirlos, ella/yo estaba ahí, sacando unas carilinas de su/mi bolso haraposo y desteñido. Me acerqué, -vos sos un sueño, o una alucinación-
-Yo me morí hace dos años, en un café en el centro, ahora el tiempo me castiga y deambulo encontrándome feliz y normal, Lena.-
-No, yo soy relativamente normal, y esporádicamente feliz… tu muerte es espacio-temporalmente imposible, y yo… me estoy volviendo loca.-
Martín se me acercó con miedo y preguntó: -¿Tenés una hermana gemela Lena?- Claro que respondí que no tenía ninguna hermana, y que no sabía de donde había salido esa persona extraña. (¿De dónde había salido yo?)
Por mas que intentase buscar una respuesta, Lena/yo ya no hablaba; a medida que los minutos avanzaban, su presencia empezaba a desvanecerse, y sus ojos derramaban lágrimas que jamás había visto. En su expresión entendí que realmente perdía la vida.
-¡Martín! ¿Viste eso? ¿Qué pasó? Decíme si entendés.-
-Lena, para mí tenemos que hacer como que hoy no vimos nada.
Traté de hacer como que no vi nada; hasta que no pude soportar la agonía de la incertidumbre, busqué muchas veces a Martín, nadie sabe que pasó con él ni porque se fue de “Petit”. Un día, simplemente dejó de existir.
Ya no sé como volver a verme, cuando voy al café y miro al espejo, trato de encontrarme llena de vida, pero en instantes espectrales solo encuentro el reflejo del bolso haraposo y desteñido, dejado en el olvido de una silla vacía del café…
No hay comentarios.:
Publicar un comentario